La vuelta al camino: Rabé – Hontanas

 

Se me acaba de cerrar el programa justo cuando habia acabado de escribir las incidencias de la jornada, así que no me queda mas remedio que escribirlas de nuevo 😡 esto me enseñará que por mucho que avancen los tiempos, no hay que olvidarse de guardar lo que escribes cada pocas líneas.

Bien. Decía hace un momento que salimos a las seis y media, tras un opíparo desayuno que nos prepara Tinita, y que compartimos con dos chicas de Izarra y dos chicos de Vitoria que llegaron en bici a última hora de ayer.

A pocos kilómetros de Rabé despuntan los primeros rayos de sol sobre una colina. En la cima se recorta una silueta: es el yogui peregrino que ha dormido en nuestro albergue, que saluda al sol con unas asanas. Hay que reconocer que el momento tiene magia.

Unos km mas allá llegamos a Hornillos del Camino. En la plazas encontramos a una pareja que viaja con un golden retriever y una vieja hembra de pastor alemán. Resulta que sonde Vitoria. Es pronto y aun no ha abierto el bar, así que seguimos.

Un par de horas mas tarde llegamos a San Bol. Dicen las crónicas que antiguamente habÍa aqui un próspero pueblo, pero que por alguna razón desapareció en torno al año 1500. Hoy solo hay aqui una fuente y un albergue de peregrinos dependiente de la vecina Iglesias. El agua de la fuente, guarecida por una chopera, está helada. Comemos una lata de sardinas y un fruta y meto el pie en el Agua. Mucho mejor que el hielo, donde va a parar 🙂

Solo nos queda poco más de una hora hasta Hontanas, pero el cielo empieza ya a descargar fuego. Llegamos a eso de la una, un tanto machacados. El pueblo esta bien, pero no es nada del otro mundo. Una calle flanqueada por casas mando menos bonitas, una iglesia y varios albergues y hostales. Nos registramos, una ducha, lavar la ropa y a comer un menú. Y a sudar un rato echando la siesta. Luego salimos a pasear y a comprar un poco de comida para la cena y el trayecto de mañana.

La anécdota del dia es que nos encontramos con Javi Aspuru. Resulta que su mujer, Sagrario, es de un pueblo cercano de Palencia. Nos recomiendan visitar con calma Castrojeriz, a solo ocho km.

Por lo demás pasamos una tarde aburrida y sudorosa, agobiados por las moscas.

A ver qué tal se nos da mañana…

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Santo Domingo-Belorado

De verdad que no entiendo por qué la gente madruga tanto. No es que me moleste, en general son silenciosos. Y si me despiertan, con darme la vuelta y seguir durmiendo, arreglado. Pero vaya, es que a no ser que vaya a hacer un día de solana absoluta o que quieras hacer una etapa especialmente larga no merece la pena. En serio.

Nosotros no vamos a hacer una etapa larga, apenas 21 km. hasta Belorado, y la previsión del tiempo es buena, así que nos permitimos remolonear un buen rato. Hasta que entra en la habitación la hospitalera, toda dicharachera ella, y abre las ventanas para que entre el sol. Falta mas de una hora para que haya que dejar el albergue, a las ocho, así que tampoco lo entiendo. ¿A qué viene tanto afán? Lurdes y yo ya estamos recogiendo todo, pero hay un chico que se encuentra mal, tiene fiebre y se va a quedar hasta que sea hora de ir al médico, ¿No podría dejarle descansar tranquilo un rato? En fin…

Desayuno rápido, yogur, fruta y al camino. La mañana está fresca y se agradece el forro. Dejamos Santo Domingo atravesando el puente construído por El Santo (así, por antonomasia, como lo llaman en su ciudad), y caminando luego por pistas entre caseríos, granjas y campos de cereal ya cosechado. Un rebaño de ovejas esquiladas nos mira y piensa que los pastores de hoy en día ya no son como los de antes. Son raros. La pista se acerca a la carretera nacional, a la que seguirá paralela casi todo el trayecto. Cada pocos kilometros encontramos un pueblo. Pequeños, antiguos, bien conservados y pavimentados con hormigón. Situados en un pequeño alto y articulados en torno a una calle mayor, en la que siempre hay una iglesia para visitar y un bar de peregrinos… Me gustan, pero aún no ha pasado un día y ya se me confunden en la memoria. Grañón, Redecilla del Camino, Castilldelgado, Villamayor del Río… Vale, si, tengo en la memoria imágenes de todos. Pero para nombrarlos he tenido que mirar de nuevo en la guía. Y es que tengo ya menos RAM que un ordenador de los ochenta.

A la salida de Grañón nos encontramos con María y José, una pareja de primos con los que compartimos unos kilómetros charlando. Resulta que ella es de San Sebastián, es copy y ha trabajado en Madrid y Dallas, nada menos. McCann y otras, toma ya. Y él es pintor (expresionismo realista, si he entendido bien), y también tiene una trayectoria en Estados Unidos. Los dos están en un punto de inflexión en su vida profesional y personal, así que se han venido a hacer el Camino. Por aquello de buscarse a sí mismos, ya sabes. Pues no se si se encontrarán, pero por el momento parece que lo están pasando bastante bien. Mas tarde nos los volvemos a encontrar en el albergue y comemos juntos. Un buen rato, creo que nos vamos a volver a ver pronto.

Como en todas las etapas, los últimos kilómetros se estiran y se estiran. Belorado no aparece. ¿Es una gota de lluvia lo que me acaba de caer? Bueno, seguro que no es nada. Ah, pues si. Hay que ponerse las capas, menos mal que las hemos traído.

Por fin llegamos a Belorado. No estamos empapados, pero si esto llega a durar un poco más igual pasamos un mal rato. Pasamos de largo del primer albergue, que parece que está un poco lejos del pueblo, y buscamos el albergue parroquial. Lleno. Nos recomiendan una pensión. Muy cara, un abuso. Llamamos a otro albergue. También lleno, me empiezo a poner nervioso. Llamo al que hemos visto a la entrada: que si, que hay sitio. Vamos para allá.

Por fuera el albergue hotel A-Santiago más parece un camping de los setenta u ochenta, de esos con un montón de banderas a la entrada y la recepción en un barracón de madera con un letrero de «english spoken» para atraer turistas. Y sin embargo resulta que es un sitio muy limpio y agradable, bien equipado y con unas duchas de auténtico lujo. Pili, que atiende el bar- restaurante (supongo que es también propietaria; si no es así, deberían hacerle socia cuanto antes), trata a los peregrinos con una familiaridad y cariño que resultan reconfortantes.

Lavando la ropa a mano coincido con Antonio, de Pamplona; fuera sigue lloviendo y ambos tenemos muy pocas cosas, así que acordamos compartir una secadora. Mientras esperamos a que se seque la ropa, charlamos de esto y de lo otro. Es informático. Ha venido en bici. Desde Roncesvalles. Le cuento que tengo un blog y le pregunto si puedo hacerle una foto. Vale. Estupendo, ahí va.

José y María iban a continuar después de comer hasta el siguiente pueblo con albergue (¿Tosantos?), pero han conocido a una pareja mayor de Belorado con la que han hecho muy buenas migas. Sigue lloviendo, así que por fin deciden quedarse en el albergue. Sus camas están al lado de las nuestras. Al otro lado duerme una mujer con la que también he estado hablando esta mañana. Es australiana y fisioterapeuta. Tiene el pelo corto y decolorado, los ojos claros y una mirada profunda y amigable.

Son ya casi las once de la noche, hace un rato que han apagado la luz y aún sigue lloviendo. La previsión para mañana es que amanezca despejado, esperemos que acierte.

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Nájera-Santo Domingo de la Calzada

Pues parecía que no, pero de nuevo el tiempo se ha portado de lujo. No hay dinero mejor invertido que el que se emplea en sobornar al meteorólogo, jeje.

Apenas han dado las cinco de la mañana cuando los peregrinos empiezan a revolverse y a prepararse para la etapa. Francamente, no se cómo no se dan cuenta de que a esas horas los encargados todavía no han puesto el Camino. Pero en fin, mientras no nos obliguen a levantarnos a nosotros, que hagan lo que quieran.

Nos levantamos a eso de las seis y media, desayunamos un bocadillito y un yogur y nos ponemos en ruta. Hoy serán 21 kilómetros, la primera etapa «completa». El cielo está despejado y hace fresco. Salimos de Nájera por un camino que pronto empieza a subir, asi que entramos en calor. Para cuando llegamos arriba ya ha salido el sol; la ruta hacia Azofra, a unos seis kilómetros transcurre tranquila entre viñedos que poco a poco se van espaciando para dar paso a campos de cereal recién cosechado. En la calle Mayor de Azofra paramos a tomar un cafecito con tostadas y descansar un momento. Siguiente parada en Cirueña, diez km más allá. El sol va subiendo poco a poco, pero la temperatura sigue templada. Campos y campos de cereal que se van haciendo monótonos. Y más campos. Hasta que afrontamos una pequeña subida, al final de la cual hay una fuente en un área de descanso, desde la que se ve el pueblo de Cirueña. Al acercarnos pasamos junto a un campo de golf y una moderna urbanización. Más tarde me entero de que donde ahora está el campo había una pequeña arboleda por la que transcurría el Camino. Y que hubo que talar en beneficio de los golfistas. Parece que este hecho no sentó muy bien a los peregrinos, amigos del Camino y otras gentes de mal vivir de la zona.

Paramos en un bar del pueblo («bar Jacobeo» nada menos) a tomar una cervecita y hacer una visita al baño. Lurdes está machacada, pero se porta como una jabata y continúa sin rechistar.

Los últimos kilometros son como siempre los más duros. Entablo conversación con Renato, un italiano de Bérgamo aficionado al esquí y la fotografía, que no sabe español ni inglés pero le encanta hablar en el idioma que sea.

Carmen, Dani y los niños están en la casa de Santo Domingo, así que quedamos en llamarles cuando lleguemos para comer juntos. Al llegar a la ciudad entramos en el albergue de la abadía Cisterciense de la Anunciación. La monjita de la recepción nos dice que está completo, y que cree que el otro albergue también lo está. Pero que tienen una hospedería que está muy bien, con precios especiales para peregrinos. Muy bien, hermana, muchas gracias. Vamos a asegurarnos de que no hay plazas en el albergue municipal y ya si eso volvemos…

Por supuesto en el otro albergue hay plaza, muchas plazas, de hecho. Es enorme, muy nuevo y excelentemente equipado. La única pega, por ponerle alguna, es la lentitud de los hospederos para atender la avalancha de peregrinos. Pero todo llega, y pronto estamos instalados, duchados y en perfecto estado de revista.

La comida en casa de los padres de Dani, Fina y Javier, es una delicia; durante un par de horas casi olvidamos nuestra condición de peregrinos, embriagados por el buen yantar y mejor libar de los deliciosos caldos con que nos obsequian los Gil.

Tras la sobremesa, vamos a dar un paseo por la ciudad, visitamos la torre del campanario de la catedral y hacemos unas compras antes de volver al albergue. Un poco de fruta para cenar, escribir estas líneas y a la cama. Mañana será otro día y aún nos queda mucho camino por delante.

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Con sol y viento fresco hasta Nájera

El albergue de peregrinos de Navarrete es francamente agradable. En cada piso hay una o dos habitaciones de unas doce camas cada una, y con un baño con dos duchas por habitación. Y está razonablemente limpio. Sin embargo no hemos dormido bien, mucho calor. O tal vez es que no estábamos suficientemente cansados.

Como siempre, a las seis ya ha empezado a levantarse el personal. Nosotros nos hemos hecho los remolones un rato, la etapa es corta y la meteo promete temperaturas no demasiado altas, así que no merece la pena madrugar tanto. A las siete ya está bien. Tomamos un desayuno rápido de bar e intentamos dejar la mochila grande para que nos la lleve Jacotrans. En el albergue no dan el servicio, así que ayer negociamos con un hotel que nos gestionaran la recogida. Pero resulta que en la recepción no hay nadie a esta hora, así que nos llevamos las dos mochilas. A Lurdes no le gusta la idea, pero tampoco es para tanto, este año hemos sido muy comedidos con el equipaje.

El sol todavía no ha despuntado cuando dejamos a la espalda el casco antiguo de Navarrete, y sopla un viento fresco que si no fuéramos vascos llamaríamos frío. Al poco pasamos junto al cementerio, justo con los primeros rayos, donde podemos ver la portada románica del hospital de San Juan de Acre, rescatada de la demolición del antiguo edificio en el s.XIX. El cielo está casi desppejado, pero al oeste las nubes gris plomo hacen un efecto de iluminación dramática de lo más amenazador. ¿Y si resulta que el tiempo se tuerce? Bueno, no importa, después de todo alguna ventaja tiene que tener cargar con la mochila, donde llevamos las capas de lluvia.

Pasamos junto a Sotés, y luego el camino se bifurca. Lurdes prefiere seguir derecha hacia Nájera, y yo tomo el desvío a Ventosa, unos seis kilómetros más. No me arrepiento. Me gusta andar un rato a buen ritmo, y Ventosa es un pueblito riojano muy coqueto, con su iglesia románica en un pequeño alto, un bar preparado para atender a los peregrinos y unas preciosas vistas sobre el océano verde de los viñedos. Todavía es pronto para hacer un segundo desayuno, así que saludo a un par de peregrinos que he visto antes en el camino y continúo. No pasa mucho tiempo hasta que, al iniciar la bajada de un pequeño alto, me reencuentro con Lurdes, sentada junto al camino y saboreando el bocadillo que compramos ayer. Me uno al banquete, que ahora sí que apetece.

Bajando hacia Nájera pasamos junto a una colina, apenas una tachuela, que según la leyenda fue el escenario de la mítica batalla de Roldán y el gigante Ferragut. Donde se supone que se alzaba el castillo del moro hiperdesarrollado se halla hoy una antena de telecomunicaciones…y al pie un panel informativo de la hazaña.

Como de costumbre, Nájera está a la vista, pero parece que se aleja conforme andamos. Cruzamos un área con pistas que transcurren entre pabellones, silos y factorías, hasta que por fin entramos en el casco urbano, que hay que atravesar hasta el otro lado para llegar al albergue. Segun wikipedia Nájera no llega a 8.500 habitantes, pero se nos antoja toda una urbe que nos cuesta un buen rato atravesar. Todo llega, y por fin atravesamos el puente sobre el Najerilla que nos acerca a nuestro destino, el parque en el que está el albergue. Es sorprendentemente pronto, apenas las once y media, así que nos sentamos en una terraza a tomar una cervecita antes de registrarnos. Luego ducha, lavar la ropa y paseo por la parte vieja. Ya conocíamos la ciudad, pero siempre merece la pena revisitarla; el monasterio de Santa María la Real es siempre impresionante, aunque solo se vea de fuera.

Un menú del peregrino y de nuevo al albergue, a descansar y escribir un poco. Mañana hay que ir hasta Santo Domingo, y puede que el tiempo no se porte tan bien como hoy.

 

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Personajes del Camino (y 2)

Vicente se dedica a la agricultura ecológica. Tiene una asociación de productores en Alicante, desde la que comercializan su producción. Además da conferencias y cursos. A veces no viene nadie, pero él hace los cursos igual. Porque si no, luego la gente dice que no se hacen, dice. Y sonríe. Y te mira con unos ojos muy inrensos.
Vicente tiene todo el mes de agosto para llegar hasta Santiago. Pero estamos en Estella y tiene un par de ampollas que le están haciendo pasar un mal rato. No lo entiendo, dice, yo ando mucho todos los días. Y el calzado tampoco es nuevo. No se por qué me han salido. Pero ahí están.

Loki tiene nombre de dios vikingo y cuerpo de pastor alemán. Y un alma noble, juguetona y tranquila. También tiene dos años y unas alforjas en las que lleva un par de kilos de pienso y un bol para beber agua cómodamente en las fuentes o en la puerta de los bares en los que entran sus dueños. Porque sí, Loki también tiene dueños. Una pareja jóven y animosa, que se han resignado a ceder todo su protagonismo a su mascota. De hecho, les hice una foto junto a la iglesia de Villatuerta, pero no apunté sus nombres. Estaba más interesado en Loki, claro. Y a decir verdad, demasiado cansado para andar tomando notas; habíamos andado ya cai 20 km, y hacía un calor de justicia.

Vale (Valeriano) y Odile viven en Miranda de Ebro, así que somos casi vecinos. Aunque a decir verdad, ella es de Salamanca y él de Zaragoza. Y lo llevan a gala. Nos encontramos con ellos casi en cada etapa. Y se alegran de vernos; nosotros también, por supuesto. La foto está tomada en Puentelarreina. Luego nos veríamos también en Los Arcos y en Viana.

Los primeros días siempre me da más corte sacar fotos a la gente. Y es una pena, porque siempre se quedan sin retratar gentes interesantes, o que al menos me han llamado la atención por una razón o por otra. Como Brigitte, por ejemplo. Que en realidad no se llama así, no sé como se llama; es una francesa que primero vimos en Roncesvalles, y nos fuimos encontrando hasta Puentelarreina, que la perdimos de vista. Con una edad indeterminada, rubia y delgada, con los ojos claros, creo. Salía del albergue temprano, andaba despacio y le gustaba pararse a disfrutar del paisaje, o de cualquier rincón que le llamara la atención. Lurdes le dió un poco de árnica para los pies, y le encantó. No parecía muy mayor, pero nos contó que sus hijos ya estaban muy crecidos y que tenía un par de nietos.

Sexta etapa: Los Arcos-Viana

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Treinta y cinco grados a la sombra… Es posible que exista más calor, pero ahora mismo no lo concibo. Menos mal que la mañana nos ha respetado, y el sol no ha empezado a apretar en serio hasta un rato después de haber llegado. Y eso que nos hemos dormido; la intención era hacer diana a las cinco, pero no nos hemos despertado hasta una hora más tarde,sudados como pollos tras una noche caliente, caliente. Había que acelerar, así que nos hemos lavado la cara, una frura para desayunar y al camino. Sigue leyendo

Quinta etapa: Estella-Los Arcos

De nuevo diana temprano, a las cinco y algo. En ruta a las seis y cuarto, Atravesamos Estella de noche, buscando las señales a tientas. El sol nos alcanza subiendo la cuesta que lleva al monasterio de Iratxe; la famosa fuente que mana vino está todavía cerrada. No importa, de todas formas no son horas para atizarse un pelotazo de vino, ¿No? Pues eso.
Tras pasar la urbanización y el camping de Iratxe, que por cierto tiene muy buena pinta, el camino discurre entre carrascas y encinas, para desembocar después en un paisaje ondulado de campos ya trillados, salpicado de viñedos y custodiado por montes no muy altos, en la cima de los cuales siempre hay una ermita,una iglesia con campanario o una fortaleza. Así llegamos a Villamayor de Monjardín, custodiado por el castillo de Deyo. Empieza a hacer
Calor, pero es uno de los tramos más hemosos del camino. Entramos en la iglesia de Villamayor, de sobrio trazado gótico, casi minimalista por la falta de adornos.
El tiempo se porta hoy bien con nosotros, alternando el sol con nubes de evolución y una suave brisa. Llegamos a Los Arcos poco antes de las doce. Es un pueblo medieval muy bonito, articulado en torno a una calle mayor muy larga, que desemboca en una plaza, en la que se encuentran el ayuntamiento y la iglesia parroquial, consagrada a la Virgen. Una iglesia que merece la pena visitar, auténtica mezcla de todos los estilos desde el siglo XII.
El pueblo está en fiestas, claro, y a las seis de la tarde hay encierro y vaquillas en la calle mayor y la plaza. O sea, en todo el pueblo.
Tras esperar a que abran el albergue y pasar unos momentos un poco tensos por aquello de que oye no te cueles, ducha y a la calle. Hoy hay «pochada popular» por las fiestas. Es decir, que cualquiera que se acerque con un plato y una cuchara tiene su ración de alubias pochas. Pero eso será a las tres y media, son la una y tenemos hambre, así que buscamos un restaurante con menú peregrino y nos metemos a comer. De primero una parrillada de verduras memorable.
A la tarde siesta, visita al pueblo (y la iglesia) tras las vaquillas, y unas compras para el día siguiente. Al albergue a cenar un bocadillo, escrbir esta entrada y a la cama. Mañana, hasta Viana, otros 20 km. Buenas noches…

Cuarta etapa: Puentelarreina-Estella

Diecinueve grados a las cinco de la madrugada. Un yogur para desayunar y andando… Un momento, falta el sobre con la dirección y el dinero para que nos lleven la mochila! Tras unos momentos de incertidumbre, el sobre por fin aparece, y nos ponemos en marcha. Son las seis, y un luminoso cuarto menguante baña de azul la calle mayor y el puente. La salida de Puentelarreina se convierte en un momento mágico, silencioso, solitario, bañado por la luz onírica de la luna.
Por fin el sol asoma una hora más tarde, al coronar un repecho, para mostrarnos en todo su esplendor el paisaje de la Toscana navarra: eternos campos de cereal ya cosechado, verdes viñedos y el perfil de un pueblo medieval, con su inevitable campanario, recortado en el horizonte. Creo que lo he leído en alguna guía, pero es la verdad: esta es la verdadera estampa del camino.
Como cada día, la llegada se hace dura. Hemos enviado el equipaje al albergue parroquial, que está en lo alto de una cuesta, al lado de la iglesia de San Pedro y junto al cuartel de la guardia civil. Llegamos poco después de las doce, y no abre hasta la una; hace un sol de justicia, pero al menos el albergue tiene una zona de espera a la sombra. Me acerco hasta una tienda a por una cerveza fría que amenice la espera, y el mundo me parece más amable, más humano, menos malo.
El albergue parroquial es un bajo con un par de habitaciones cuajadas de literas (34 en total), dos baños y una cocina. Es pequeño, sí, pero muy acogedor, gracias sobre todo a la labor de los hospitaleros voluntarios; en nuestro caso, Nati es una maravilla. Ha hecho el camino varias veces, y organiza la cena común repartiendo tareas para que todo el mundo se involucre.
Son las nueve y media y estamos en la calle, disfrutando del fresco tras un día duro, pero muy aprovechado. Mañana será otro día, esperemos que tan bueno como este. Buenas noches.