Nájera-Santo Domingo de la Calzada

Pues parecía que no, pero de nuevo el tiempo se ha portado de lujo. No hay dinero mejor invertido que el que se emplea en sobornar al meteorólogo, jeje.

Apenas han dado las cinco de la mañana cuando los peregrinos empiezan a revolverse y a prepararse para la etapa. Francamente, no se cómo no se dan cuenta de que a esas horas los encargados todavía no han puesto el Camino. Pero en fin, mientras no nos obliguen a levantarnos a nosotros, que hagan lo que quieran.

Nos levantamos a eso de las seis y media, desayunamos un bocadillito y un yogur y nos ponemos en ruta. Hoy serán 21 kilómetros, la primera etapa «completa». El cielo está despejado y hace fresco. Salimos de Nájera por un camino que pronto empieza a subir, asi que entramos en calor. Para cuando llegamos arriba ya ha salido el sol; la ruta hacia Azofra, a unos seis kilómetros transcurre tranquila entre viñedos que poco a poco se van espaciando para dar paso a campos de cereal recién cosechado. En la calle Mayor de Azofra paramos a tomar un cafecito con tostadas y descansar un momento. Siguiente parada en Cirueña, diez km más allá. El sol va subiendo poco a poco, pero la temperatura sigue templada. Campos y campos de cereal que se van haciendo monótonos. Y más campos. Hasta que afrontamos una pequeña subida, al final de la cual hay una fuente en un área de descanso, desde la que se ve el pueblo de Cirueña. Al acercarnos pasamos junto a un campo de golf y una moderna urbanización. Más tarde me entero de que donde ahora está el campo había una pequeña arboleda por la que transcurría el Camino. Y que hubo que talar en beneficio de los golfistas. Parece que este hecho no sentó muy bien a los peregrinos, amigos del Camino y otras gentes de mal vivir de la zona.

Paramos en un bar del pueblo («bar Jacobeo» nada menos) a tomar una cervecita y hacer una visita al baño. Lurdes está machacada, pero se porta como una jabata y continúa sin rechistar.

Los últimos kilometros son como siempre los más duros. Entablo conversación con Renato, un italiano de Bérgamo aficionado al esquí y la fotografía, que no sabe español ni inglés pero le encanta hablar en el idioma que sea.

Carmen, Dani y los niños están en la casa de Santo Domingo, así que quedamos en llamarles cuando lleguemos para comer juntos. Al llegar a la ciudad entramos en el albergue de la abadía Cisterciense de la Anunciación. La monjita de la recepción nos dice que está completo, y que cree que el otro albergue también lo está. Pero que tienen una hospedería que está muy bien, con precios especiales para peregrinos. Muy bien, hermana, muchas gracias. Vamos a asegurarnos de que no hay plazas en el albergue municipal y ya si eso volvemos…

Por supuesto en el otro albergue hay plaza, muchas plazas, de hecho. Es enorme, muy nuevo y excelentemente equipado. La única pega, por ponerle alguna, es la lentitud de los hospederos para atender la avalancha de peregrinos. Pero todo llega, y pronto estamos instalados, duchados y en perfecto estado de revista.

La comida en casa de los padres de Dani, Fina y Javier, es una delicia; durante un par de horas casi olvidamos nuestra condición de peregrinos, embriagados por el buen yantar y mejor libar de los deliciosos caldos con que nos obsequian los Gil.

Tras la sobremesa, vamos a dar un paseo por la ciudad, visitamos la torre del campanario de la catedral y hacemos unas compras antes de volver al albergue. Un poco de fruta para cenar, escribir estas líneas y a la cama. Mañana será otro día y aún nos queda mucho camino por delante.

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Con sol y viento fresco hasta Nájera

El albergue de peregrinos de Navarrete es francamente agradable. En cada piso hay una o dos habitaciones de unas doce camas cada una, y con un baño con dos duchas por habitación. Y está razonablemente limpio. Sin embargo no hemos dormido bien, mucho calor. O tal vez es que no estábamos suficientemente cansados.

Como siempre, a las seis ya ha empezado a levantarse el personal. Nosotros nos hemos hecho los remolones un rato, la etapa es corta y la meteo promete temperaturas no demasiado altas, así que no merece la pena madrugar tanto. A las siete ya está bien. Tomamos un desayuno rápido de bar e intentamos dejar la mochila grande para que nos la lleve Jacotrans. En el albergue no dan el servicio, así que ayer negociamos con un hotel que nos gestionaran la recogida. Pero resulta que en la recepción no hay nadie a esta hora, así que nos llevamos las dos mochilas. A Lurdes no le gusta la idea, pero tampoco es para tanto, este año hemos sido muy comedidos con el equipaje.

El sol todavía no ha despuntado cuando dejamos a la espalda el casco antiguo de Navarrete, y sopla un viento fresco que si no fuéramos vascos llamaríamos frío. Al poco pasamos junto al cementerio, justo con los primeros rayos, donde podemos ver la portada románica del hospital de San Juan de Acre, rescatada de la demolición del antiguo edificio en el s.XIX. El cielo está casi desppejado, pero al oeste las nubes gris plomo hacen un efecto de iluminación dramática de lo más amenazador. ¿Y si resulta que el tiempo se tuerce? Bueno, no importa, después de todo alguna ventaja tiene que tener cargar con la mochila, donde llevamos las capas de lluvia.

Pasamos junto a Sotés, y luego el camino se bifurca. Lurdes prefiere seguir derecha hacia Nájera, y yo tomo el desvío a Ventosa, unos seis kilómetros más. No me arrepiento. Me gusta andar un rato a buen ritmo, y Ventosa es un pueblito riojano muy coqueto, con su iglesia románica en un pequeño alto, un bar preparado para atender a los peregrinos y unas preciosas vistas sobre el océano verde de los viñedos. Todavía es pronto para hacer un segundo desayuno, así que saludo a un par de peregrinos que he visto antes en el camino y continúo. No pasa mucho tiempo hasta que, al iniciar la bajada de un pequeño alto, me reencuentro con Lurdes, sentada junto al camino y saboreando el bocadillo que compramos ayer. Me uno al banquete, que ahora sí que apetece.

Bajando hacia Nájera pasamos junto a una colina, apenas una tachuela, que según la leyenda fue el escenario de la mítica batalla de Roldán y el gigante Ferragut. Donde se supone que se alzaba el castillo del moro hiperdesarrollado se halla hoy una antena de telecomunicaciones…y al pie un panel informativo de la hazaña.

Como de costumbre, Nájera está a la vista, pero parece que se aleja conforme andamos. Cruzamos un área con pistas que transcurren entre pabellones, silos y factorías, hasta que por fin entramos en el casco urbano, que hay que atravesar hasta el otro lado para llegar al albergue. Segun wikipedia Nájera no llega a 8.500 habitantes, pero se nos antoja toda una urbe que nos cuesta un buen rato atravesar. Todo llega, y por fin atravesamos el puente sobre el Najerilla que nos acerca a nuestro destino, el parque en el que está el albergue. Es sorprendentemente pronto, apenas las once y media, así que nos sentamos en una terraza a tomar una cervecita antes de registrarnos. Luego ducha, lavar la ropa y paseo por la parte vieja. Ya conocíamos la ciudad, pero siempre merece la pena revisitarla; el monasterio de Santa María la Real es siempre impresionante, aunque solo se vea de fuera.

Un menú del peregrino y de nuevo al albergue, a descansar y escribir un poco. Mañana hay que ir hasta Santo Domingo, y puede que el tiempo no se porte tan bien como hoy.

 

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