
Continúo con el repaso a la familia. Hoy toca el turno a la familia Olivares.
Luis Urbiola y su mujer María, abuelos de Luismari por vía materna, vivían en Lodosa.
Luis era grande y corpulento, muy velludo. Y calvo. Tenía una empresa de diligencias que cubría la línea Lodosa-Pamplona. En aquellos años ya existían las primeras líneas de autobuses, pero aún se mantenían los transportes de personas y mercancías por tracción animal. Y con una cierta prosperidad, a juzgar por el recuerdo de Luismari, que pasó al menos un verano en Lodosa con sus abuelos… aunque eso ya lo contaremos luego.
María Martínez era una mujer severa, con un carácter fuerte realzado por una nariz en forma de gancho.
Antonia, su hija, madre de Luismari, es la gran ausente de nuestra familia.
Murió en 1952, cuando Luismari estaba aún estudiando en Salamanca al tiempo que hacía la mili por milicias. Recuerda que tras el funeral fue a la universidad vestido de luto.
Sesenta años más tarde todavía se le refleja el desconcierto en el rostro cuando le pregunto por ella. “¿Mi madre? Mi madre era guapa… no se qué decir de ella…”.
Yo tampoco sabría decirlo, apenas hemos visto algunas viejas fotos de ella. Teñidas de sepia por el paso del tiempo, no despiertan en mí emoción alguna, aparte de un leve sentimiento de vacío. Parece que nunca fue una mujer con buena salud. Creo que murió por algún problema de riñón, o por una complicación del mismo. ¿Cómo y dónde conoció a Jesús? ¿Había heredado la dulzura de su padre o la fortaleza de carácter de su madre? ¿Tenía hermanos o hermanas…?
Muchos años más tarde, Josu recordaba también a su madre mientras conducía su Audi Quattro en dirección a Estella conmigo como pasajero. Era un lunes, dos de mayo de 1988. La mañana siguiente a la muerte de Carmen, la primera mujer de Luismari. Mi madre. Ibamos a recoger a Luismari tras el accidente en el que Carmen perdió la vida. Que por un capricho del destino, sucedió en el término municipal de Lodosa.
“Mi madre también murió cuando yo era muy joven”, me dijo. “Algo más joven que tú ahora”. Abrumado por la situación, sintiéndome emocionalmente anestesiado y levemente culpable por mi ausencia de dolor, no supe qué contestar.
Probablemente dije alguna estupidez.