Hoy es 30 de junio de 2012, sábado. Un día caluroso pero no demasiado. La prima de riesgo sigue dando disgustos al país, Lady Gaga se desnuda y se confiesa bisexual, en México Peña Nieto se postula para ser el próximo presidente del país, entre otras emocionantes noticias.
Hoy es también mi quincuagésimo cumpleaños. Medio siglo, no está mal.
Había fantaseado con organizar una fiesta en casa. Algo espectacular, con una carpa en el jardín, música en vivo y un montón de invitados de las distintas fases de mi vida. Pero conforme se acercaba la fecha me fue dando pereza. Y un poco de pudor. Así que el final me he limitado a anunciarlo en mis redes sociales para que todo el mundo pueda felicitarme, y ya está.
Después de comer en casa y de la siesta de rigor, me he animado a ir a Getxo a visitar a mi padre, Luismari.
Tal vez no sea el plan más divertido del mundo para celebrar mi cumpleaños. Pero está claro que ya no le queda mucho, y hay algunas cosas que quiero que me cuente.
Nada importante, en realidad. Recuerdos de su infancia, lagunas en mi conocimiento de su vida. Cosas que nunca se me había ocurrido preguntarle y que él no ha sentido la necesidad de contar. Desde que nuestra relación se limita a mis periódicas visitas “de médico” a la casa que comparte con su segunda esposa, cuando ya nos hemos preguntado por la marcha de nuestra salud y la familia, jugamos a las entrevistas y tomo notas para unas hipotéticas memorias.
La semana pasada nos quedamos en Hondarribia, en la primera comida a la vuelta del destierro en Bélgica. Cuéntame más, le pido. ¿Qué pasó entonces?
Pero hoy Luismari no se encuentra bien. No encuentra el hilo o no tiene ganas de hablar de ese momento en concreto. Tal vez no se acuerda. O no quiere acordarse…
En la cocina, junto al salón en el que estamos hablando, oigo trastear a María Cristina. Parece que ha ido a coger algo y vuelve a su habitación. A seguir viento la tele, supongo.
Háblame entonces de tus abuelos, le digo. Nunca me has contado nada de ellos. Y sí, algo se ha encendido en su cabeza.
“Juan… Mi abuelo se llamaba Juan de Lapatza. Y la abuela María Olivares. Era una gran señora, una mujer muy elegante”, dice. Y levanta la mano derecha como si le acariciara la cara.
Jesús hablaba poco de su padre, pero tenía algunos dichos y expresiones que había heredado de él. “Tienes casta de Anton Gorri”, solía decir.
Creo que yo también se lo he oído decir a Luismari alguna vez, pero no me queda claro lo que significa. ¿Algo que ver con las guerras carlistas? ¿Con txistularis que salían de pasacalle con txapela roja? Con los vigilantes de la OTA no creo que sea.
Lo que sí que recuerda es que el abuelo Juan era un gran fumador de pitillos de liar. De hecho murió de enfisema antes de la guerra. Creemos que era de Ceánuri.
La familia Lapatza Olivares vivía en Matiko.
Juan tenía un taller en la zona de Begoña, y en el recuerdo de Luismari vestía blusa de baserritarra y boina. No me cuadra con su descripción de María como “una gran señora, muy elegante”, ni con lo que yo he conocido de sus hijos… pero bueno, los recuerdos son los recuerdos, y por definición son fraccionarios.
Juan y María tuvieron siete hijos. En un alarde de lucidez, Luismari me los enumera junto con algunos detalles de cada uno.
Justa, la mayor, casó con Miguel. Un hombretón grande y gordo, con las manos como jamones, pero muy ágil. Tuvieron un hijo que murió joven, de tuberculosis.
Juan de Lapatza Olivares, el segundo, era un golfo. Casó con María “la de Ramales”, que también murió de tuberculosis, de una fuerte crisis. María estaba muy mal vista en la familia. Decían que había engañado a Juan, diciéndole que todo Ramales era suyo… y luego nada, su familia no tenía nada.
Juan y María tuvieron tres hijos:
- Pili, que fue gerente de un hotel en Barcelona.
- Juantxo, que fue director de una sucursal de BNP Paribas.
- Y Jesús Mari, del que Luismari no sabe nada.
Parece que Juan hijo a un cierto punto se largó y dejó empantanada a su familia, de ahí su calificación de golfo oficial. No hay noticias de lo que fue de María “la de Ramales”, pero al menos dos de los tres hijos salieron adelante… y posiblemente también el tercero.
María de Lapatza Olivares, la tía Maritxu, fue como una segunda madre para Luismari y Josu. Se casó con Manolo Amézaga (el que hizo las gestiones para averiguar si Jesús podía volver o estaba aún en busca y captura), y tuvo cinco hijos: Icíar, Edurne, Manuel (el tío Manu, que fue misionero muchos años en Venezuela), Makutxa (MªJesús), y Begoña. Maritxu murió con 93 años muy bien llevados y fue hasta el último momento una gran matriarca.
Jesús, padre de Luismari, casado con Antonia Urbiola.
Juanita, la tía Juanita, era una mujer muy guapa y dulce, con los ojos azules. Se casó con Germán Ispizua y tuvieron cuatro hijos: Kerman, Amaia, Jon y… ¿Iñaki?
Hasta aquí llegan los recuerdos de Luismari sobre la familia Lapatza en el día de mi cumpleaños.
Un momento. Si no me he equivocado al contar, me faltan dos de los hijos de Juan y María…
Hace unos días por cuestiones de trabajo pasé junto al Restaurante Lapatza, en Urbina, junto a la carretera de Barazar saliendo de Vitoria. Paré a tomar un pintxo y hacerme una foto. “Eugenio Lapatza-Gortazar”, ponía en el tíket que me dio el camarero con el precio. Al llegar a casa no pude menos que googlear el nombre, y encontré como primer resultado la web de un jubilado aficionado a la genealogía y los apellidos vascos, en la que dedicaba un apartado a los Lapatza de Zeanuri, con noticias desde 1614, nada menos:
http://www.euskalnet.net/laviana/gen_bascas/lapatza.html
En el punto VIII se menciona a Juan y María, y a sus hijos Basilio, Ramiro, Justa, Juan y María. Si están ordenados según la fecha de su nacimiento, se me ocurre que tal vez Luismari no conoció a Basilio y Ramiro, los dos primeros, pero es solo una hipótesis.
Otro día veremos lo que Luismari me contó sobre la familia Olivares…