Por navidad, en mi familia se come jamón. Jamón sueco de navidad, julskinka (creo que se escribe asi). La costumbre, o más bien la tradición, viene ya de tres generaciones, y parece que va a seguir firme en la cuarta y siguientes. Mi abuela Brita Carlson, Mamabrita, la trajo desde Falun, en Suecia, donde es una tradición tan arraigada como en otros lugares el pavo o el besugo.
En mi casa empezamos a prepararlo quince días antes, coincidiendo con el puente de la Inmaculada. Mi hermana Cristina se ocupa de comprar dos jamones y los ingredientes de la salmuera, y los trae a casa. Aquí elaboramos la salmuera, la espumamos, la dejamos enfriar y luego, en un barreño que guardo año tras año para ello, ponemos a remojo los dos jamones en la terraza, para que reciban todo el frío que el cielo quiera enviarnos. Según parece, si caen unas cuantas heladas, la salmuera penetra mejor en la carne y así el jamón queda luego más tierno y sabroso. Este año apenas ha helado, pero estoy convencido de que estará delicioso de todas formas.
Como la carne siempre tiende a flotar, a lo largo de estos quince días hay que dar la vuelta a los jamones una vez al día, para que la parte emergente no se quede seca. Es curioso que esta tarea se la ha adjudicado desde hace ya muchos años mi suegra Gloria. Llueva, nieve o haga sol, ella viene andando cada día desde su casa hasta la nuestra (algo más de un kilómetro) para darle la vuelta al jamón. Se preocupa del tiempo, nos da diariamente el parte de cómo evoluciona y, si por cualquier razón no puede venir, avisa por teléfono o manda un sustituto para que el jamón no se quede sin su ración diaria de mimos.
El día 24 por la mañana hay que sacar los jamones de la salmuera. Según dice textualmente la receta que heredamos de mi madre, el jamón «se saca, se seca y se pone a hervir en agua con un litro de salmuera» durante cuatro o cinco horas». Una vez cocido, se le quita la piel, se empana con una pasta de huevo, azucar, pan rallado y mostaza y se dora en el horno casi una hora. Y a la mesa, con las guarniciones: puré de patata, mermeladas, cebolla confitada, mostazas, coles de bruselas… un festín.
Uno de los jamones va a casa de mi hermana Carmen,donde se cena en Nochebuena. El otro lo comemos en casa, en la comida de Navidad. Y por supuesto, sobra para enviarle unas raciones a Antonella, y seguir invitando a gente y comiendo jamón durante varios días.
¿Mucho trabajo? Bueno, desde que existe Ikea podríamos ahorrárnoslo, claro. Allí se puede comprar julskinka ya preparado y listo para meter al horno. Pero no sería igual. En realidad, el hecho de comer jamón es lo de menos (aunque es verdad que está muy bueno, jeje). Lo que de verdad importa es que, mientras lo preparamos y lo cenamos, nos sentimos conectados entre nosotros y con los que ya no están. Y supongo que más allá del consumismo y los regalos, este es también el sentido que tiene hoy la Navidad.
P.S. : Releo ahora lo que he escrito y me suena como la clásica redacción que nos tocaba hacer cada año en el colegio a la vuelta de las vacaciones, «Cómo es la Navidad en mi familia». Bueno, no importa, siempre se me dieron bien ese tipo de ejercicios. Feliz Navidad a todo el que lo lea.
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