Una vez ocupado el país, Bélgica fue administrada por un gobierno militar alemán, que solventó los costos de la ocupación friendo a impuestos el país: hasta dos tercios de los ingresos nacionales, según este artículo de Wikipedia.
La comida, el combustible y la ropa fueron estrictamente racionadas por las autoridades alemanas. Aún con el estricto racionamiento, la comida y otros materiales a los que los civiles tenían derecho no siempre estaban disponibles.
El recuerdo de Luismari de esta época no es especialmente amargo.
Recuerda que por las noches oían pasar los bombardeos que iban a Alemania, y que Jesús tranquilizaba a su mujer y a sus hijos contándoles historias y convirtiendo todo aquello en una aventura.
Sin embargo, lo cierto es que Bélgica fue un importante objetivo de los bombardeos aliados y que hubo un elevado número de víctimas. Las bombas erraban sus objetivos y caían en zonas civiles.
En una ataque a una fábrica en Mortsel —cerca de Amberes— en abril de 1943, únicamente dos bombas lanzadas desde los B-17 de la 8.ª Fuerza Aérea Estadounidense cayeron sobre el objetivo. Las restantes 24 toneladas de bombas cayeron sobre áreas civiles de la ciudad. Fallecieron 936 civiles, y otros 1600 resultaron heridos en solo ocho minutos.
Alrededor de 375 000 belgas tomaron parte en programas laborales alemanes durante la guerra, realizando trabajos manuales en industria o agricultura para el esfuerzo de guerra alemán. La mayoría fueron reclutados y obligados a realizar los trabajos contra su voluntad.
La fábrica de Monsieur Deletaille fue considerada de interés militar y movilizada.
Según contaba Jesús, a la vuelta de Poitiers M. Deletaille le pidió que se encargara él de las relaciones con los alemanes. Como belga y como patriota, no quería tener más contacto con ellos que lo estrictamente necesario.
Como dicen en las películas, “era un trabajo sucio, pero alguien tenía que hacerlo”. El director de producción, Jesús, hizo de tripas corazón.
Y lo hizo bien.
Se encargó de que la fábrica funcionara, gestionando un nivel de sabotaje aceptable. Frecuentemente desaparecían motores y otros equipos de la fábrica. Qué curioso, justo cuando más falta hacían para entregar a tiempo el pedido. Pero nunca eran retrasos tan importantes como para provocar represalias.
Y progresó.
En un entorno muy duro, la familia pronto pudo trasladarse a un apartamento más grande y cómodo, esta vez en la zona de Schaerbeek, en el número 2 de una avenida cuyo nombre Luismari no recuerda.
Luismari y Josu se apuntaron en los Boy Scouts. Los valores transmitidos por esta organización juvenil calaron profundamente en el ánimo y en la memoria de Luismari. La disciplina, el compromiso, el respeto a la naturaleza y las personas, la pluriconfesionalidad… ideas con las que siguió identificándose durante el resto de su vida.
Y un sentido del humor teñido de ironía, con el que muchos años más tarde le contaría a su hijo preadolescente que sí, guardaba muy buen recuerdo de su paso por los Boy Scouts. Aunque no fueran más que “un montón de niños vestidos de idiotas, comandados por unos idiotas vestidos de niños”.