Primeros recuerdos de Luismari


“Carbón cojonudo de Cardiff”, reza reza el cartel escrito con tiza en la puerta de una lonja, en la calle Mayor de Las Arenas. Apenas ha aprendido a leer, y con toda la fascinación de los niños por lo prohibido y el lenguaje escatológico, lo lee en voz baja cada día al pasar por delante de camino al colegio.

Mayo de 1937. El cinturón de hierro de Bilbao comienza a ceder. La Legión Cóndor ha bombardeado ya Durango y Gernika. La gente corre a esconderse en cuanto oye un  motor de avión sobre sus cabezas. Antonia está sola en casa con los niños, Jesús está de viaje. En ausencia de su padre, Luisito se siente el hombre de la casa. Orgulloso, juega a proteger a su madre y a su hermano, apenas un recién nacido.

El Gobierno Vasco ha requisado en enero el Alfonso XIII, un trasatlántico de 146 metros de eslora construido en los astilleros de La Naval, en Sestao, en los años veinte. La idea era convertirlo en un hospital flotante, pero ahora urge más evacuar a la población civil, así que se han limitado a cambiarlo de nombre («Habana«, se llama ahora), y a adecuarlo para transportar a cuantas más personas mejor.

Todo esto no lo sabe ahora el niño, pero alguien se lo contará después. O lo leerá en libros o revistas muchos años prohibidos. Y se lo contará a sus hijos o a quien quiera oírle.

Cientos de padres y madres se agolpan a la puerta de las sedes de los partidos y los sindicatos y esperan a inscribir a sus hijos en las listas de Departamento de Ayuda Social. En los programas de evacuación. Hacia Europa, hacia Rusia. A donde sea… después de todo, va a ser por poco tiempo. Dicen que la guerra terminará pronto, y así al menos se ahorran las penalidades y temores de la entrada del ejército nacional en la ciudad.

Jesús es hombre de recursos, y consigue pasajes en uno de los viajes del Habana para su mujer y sus hijos. En camarote de pago, por supuesto. 

El trasatlántico, atestado de refugiados, parte con rumbo al puerto de La Pellice, en La Rochelle. Al poco de salir de El Abra, se viven momentos de tensión. Un barco con bandera nacional se interpone en la ruta. Dicen que es el crucero Canarias. Hace un disparo de aviso. Otro más. Pero acuden rápidos otros dos barcos de bandera inglesa, y luego otro más de pabellón francés que escoltan al Habana hasta que se aleja de la costa.

Días antes de morir, en la mente de Luismari se entrecruzan los recuerdos de entonces con los datos reunidos años más tarde en sus muchas lecturas sobre el éxodo. Postrado en la cama del Hospital de Cruces, inmovilizado por la rigidez del mal de Parkinson y con los pulmones encharcados menciona las fechas, los nombres de los barcos, e incluso los de los capitanes, los mandos más destacados y hasta algunos pasajeros. Recuerda la espantosa vomitona que sufrió una vez pasados los momentos más emocionantes. Sonríe para sus adentros y repite en voz baja: «carbón… carbón cojonudo de Cardiff»… y su risita se transforma en una tos burbujeante.

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