Llevaba más de cinco años durmiendo el sueño del los justos en algún lugar de mi escritorio.
De vez en cuando la veía de reojo, medio oculta bajo un sobre usado y una cajita de plástico transparente que utilizo para guardar esas tarjetas de proveedores o pretendidos vendedores que sé que no voy a utilizar nunca, bien porque ya he trabajado con ellos y tengo registrados sus datos de contacto, o bien porque sus servicios no me interesan. Pero las guardo «por si acaso«, no vaya a ser que algún día tenga que llamarles. O bien porque el diseño me ha gustado, y me puede servir como inspiración para algún trabajo.
Fue probablemente uno de esos proveedores el que me la dio, no recuerdo quién; supongo que alguien relacionado con la fotografía, impresoras, o impresión digital. Lo digo porque lleva estampada en bajorrelieve, en la cubierta, la marca Canon.
Es una de esas libretas de estilo americano (o inglés, no lo tengo muy claro) con tapa dura, de color carmesí, una goma elástica roja para que se mantenga cerrada, y una cinta (roja, por supuesto) para marcar la última hoja en la que has escrito. Se han puesto muy de moda en los últimos años en España, supongo que por influencia del cine anglosajón. Por la calidad del papel y los detalles, como el bolsillo del interior de la contraportada podría ser una Moleskine, la marca más conocida. Pero no he visto por ningún lado el logotipo.
El 14 de julio de 2012 llevaba esta libreta en mi bolso.
Lo se porque la fecha está anotada en la primera nota de las entrevistas con mi padre. ¿Por qué guardo una libreta roja con las notas de una serie de entrevistas con mi padre?
Bueno…
En los últimos años de su vida solía ir a visitarle a su casa de Getxo. No era bien recibido por su segunda mujer, María Cristina, pero ésta se retiraba a su habitación cuando yo llegaba, y así podíamos charlar un rato a solas. A veces de asuntos prácticos, a veces de banalidades. A veces no teníamos nada que contarnos, pero aún así nos quedábamos un rato juntos.
En el verano de 2012, con 82 años, síndrome de Parkinson avanzado, las secuelas que arrastraba de un ictus que diez años atrás le había dejado el cuerpo semiparalizado, y un seroma en la membrana retroperitoneal que avanzaba lento pero seguro, resultaba evidente que no quedaba mucho tiempo.
Me di cuenta de que ignoraba un montón de cosas de su vida, especialmente de su infancia. Y le pedí que hiciera memoria.
No fue fácil.
Conservaba la cabeza en su sitio, pero le costaba hablar. A ratos me costaba entenderle. Veía en la expresión de su rostro como los recuerdos afloraban en forma de imágenes, retazos de una historia cuyo sentido final se había perdido, si es que alguna vez tuvo alguno. Otras veces me parecía que estaba fabulando. Que se trataba de recuerdos fabricados, entretejidos a lo largo del tiempo con otras historias leídas o escuchadas y convertidas en propias… opté por seguir anotando y tirando del hilo. Sin hacer juicios ni comentarios.
Fueron seis sesiones en las que me habló de su infancia, de su familia, de sus emociones, de algunos detalles de su noviazgo con mi madre, sus primos y amigos… En las últimas semanas y en la última hospitalización quise apurar el tiempo, pero ya no le quedaban fuerzas ni ganas para hablar.
Hoy, casi seis años después, es domingo. he vuelto a abrir la libreta roja y leer mi caligrafía desigual y picuda.
Y de nuevo ha acudido a mi un torrente de emociones.