«De los productores de títulos como ‘Mondoñedo a Santiago a pinrel’ y ‘Noche toledana en Castrojeriz’, llega ahora el relato de las descacharrantes aventuras del Rico Peregrino y su enemorada por la mítica Tierra de Campos…»
Podría seguir así un buen rato, jeje, en promo cinematográfica. Pero lo cierto es que llego ya bastante tarde. Empezamos a andar el sábado y estamos ya a miércoles sin escribir una línea; me temo que se me ha pasado ya hasta el estreno.
Después de casi tres años sin peregrinar no teníamos muchas perspectivas de continuar con la aventura. Pero ya se sabe, cuando menos se salta, va y piensa la liebre (¿o no era así?). Una semana más o menos libre, ganas y poco más nos hacía falta.
Esta vez no nos iba a pasar lo mismo que las anteriores. Lurdes decidió (bueno, en realidad ya lo tenía decidido) que si había que peregrinar, lo haríamos con estilo. En hoteles. Y si era posible, en paradores. Como Dios manda. Y yo iba a poder andar lo que quisiera, que lo que es ella no se iba a quejar. De hecho, decidió que llevaría el coche cada día al pueblo de destino, y allí haría unos cuantos kilómetros de regreso hasta encontrarme en el camino y vuelta.
Bueno, pues si había que peregrinar con coche de apoyo llevándome la mochila, durmiendo en habitación con baño y comiendo de restaurante… Qué diablos, no me iba a quejar, ¿no? ¡A peregrinar como los ricos se ha dicho!
De nuevo en Castrojeriz
Llegamos a la villa burgalesa el sábado a media tarde, bañados por una mágica luz de atardecer castellano. Había reservado una habitación doble en la Posada Emebed, en la mismísima plaza mayor de la villa.
La web del establecimiento prometía, pero la realidad superó todas las expectativas.
Se trataba de una casa de notables del siglo XVIII primorosamente rehabilitada y decorada con una juguetona mezcla de minimalismo moderno, reutilización de elementos antiguos y mestizaje con artesanía y pintura de origen etíope de lo más molona. Lo de Etiopía viene a que los propietarios, una pareja de médicos catalanes, tienen una «especial relación» (no quedó claro de qué tipo) con este país, donde han trabajado varios años y han emprendido diversos proyectos «propios», según nos explicó Jordi.
La casa cuenta con 10 habitaciones, repartidas en nada menos que siete niveles, un amplio salón en el más bajo, donde estuvieron las cuadras, unas espectaculares bodegas excavadas en la roca y dos deliciosas terrazas, una en el nivel más bajo y otra en el quinto, con vistas a los campos y la puesta de sol. Una pasada.
Después de hacer la visita a la casa y tomar posesión de la habitación, salimos a dar una vuelta por el pueblo y cenamos en el jardín de Iacobus, un menú peregrino rodeados de la habitual mezcolanza cultural del camino: alemanes bullangueros, coreanos tímidos, rubicundas nórdicas, espigados estadounidenses…
Y luego a la cama, que mañana hay que madrugar.




