Hoy he recibido por correo el último número de National Geographic.
Hace muchos años que colecciono esta revista. Bueno, en realidad no la colecciono, solo estoy suscrito. Cada mes recibo un ejemplar, lo ojeo, leo lo más interesante (siempre hay algún reportaje fascinante), admiro las fotos y luego lo amontono. O lo dejo por ahí, en cualquier sitio. En la mesita del salón, en el cuarto de baño. En el revistero, por supuesto. A veces incluso en la cocina.
Me gusta ver esas portadas enmarcadas de amarillo en cualquier rincón insospechado de la casa (y te aseguro que nuestra casa tiene un montón de rincones insospechados). Mirándome y llamando mi atención, como diciendo “a mi, a mi, cógeme a mi”. “Todavía tengo historias que contar, ya verás”. “Ojéame un momento, al menos. Cámbiame de sitio, por favor”.
De tanto en tanto Lurdes se harta de ver tanta revista fuera de su sitio, reúne unas cuantas y me las deja en la mesa de mi despacho. Así que las acaricio un rato, vuelvo a mirar las fotografías… luego las apilo desordenadas en una balda de la librería, junto con todas (o casi todas) las revistas de los últimos quince años. Y suspiro con una mezcla de nostalgia y placer.
El número que ha llegado hoy está dedicado al racismo. «Cuestión de piel», titulan la portada, sobre la imagen de dos preciosas niñas de diferente tono de pelo y piel. «La genética desmonta los viejos prejuicios acerca del concepto de raza», reza el subtítulo. Nada nuevo, es verdad. Pero el mérito aquí no está en la novedad de lo que hablan, sino en la profundidad de campo y el enfoque singular y diverso de los temas.
Aún no lo he leído, pero en el número de hoy me ha llamado la atención «el espectro cromático humano», un breve reportaje sobre humanae-work in progress, un fascinante trabajo de Angélica Dass.
Esta fotógrafa brasileña lleva ya más de 4.000 retratos de personas, cada una de ellas con su particular tono de piel referenciado con un número de la guía Pantone, la «biblia» del color para los diseñadores gráficos. Empezó con su familia y la de su marido, un español de piel rosada… y ya no pudo parar.
Parece ser que lo que más nos llama la atención a las personas son los rostros de otras personas. Y debe ser así, porque al margen de las diferencias de color, te aseguro que una vez que empiezas a mirar, es muy difícil dejarlo.