Epílogo: vuelta a casa


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Lurdes y Thorsten esperando el autobús bajo el viejo chopo

Como de costumbre, a eso de las cinco de la madrugada los peregrinos comienzan a levantarse y recoger sus cosas para ponerse en camino. Nosotros no cogemos el autobús hasta las ocho, así que remoloneamos un poco antes de levantarnos. Ha sido una noche dura. Estamos contentos por iniciar el regreso a casa.

A eso de las siete dejamos el albergue, y cruzamos de nuevo Castrojeriz por la calle mayor, siguiendo las marcas del camino. Ayer preguntamos a varios lugareños dónde y a qué hora se cogía el autobús para Burgos, con resultados un tanto dispares. Todos estaban de acuerdo en que la hora era las 08:00 am. Casi todos tenían bastante claro que sí, que el sábado había autobús. Pero había quien nos indicaba la marquesina cercana a la gasolinera como el punto de recogida. Sin embargo Juanjo, el hospitalero, nos contó que en la marquesina solo paraba el autobús «algunas veces», mientras que el viejo chopo que crecía en el punto donde la Calle Mayor se cruza con la carretera era un punto seguro de recogida de viajeros. Así que hacia allí vamos.

En efecto, allí están la carretera, perpendicular a la Calle Mayor, y el viejo chopo. Y hasta un banco propiedad de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad (para sentarse, no una sucursal). Al otro lado de la carretera la calle continúa convertida en una pista de tierra. Y cincuenta metros más allá… oh, caramba, hay otra carretera que se cruza con el camino. ¿Y si es por esta segunda por la que viene el autobús? Parece que ambas convergen en una rotonda al sur, voy a ver…

En efecto, hay una rotonda. La primera de las carreteras se dirige a Villadiego, mientras que la segunda va a Melgar de Fernamental (me encanta este nombre). Una información muy precisa. Que no me aclara nada. Vuelvo hacia el viejo chopo, y me encuentro a Lurdes hablando con otro peregrino. Thorsten, si no entendí mal su nombre. Veintimuchos años, grandón y sonriente. Alemán. Doctorado en física, investigador en el campo de los semiconductores. Habla más que razonablemente español, está de vacaciones y ha venido al camino a hacer turismo y de paso visitar a unos amigos de Vigo. Tiene un dolor recurrente en la espinilla, así que ha decidido adelantarse en autobús hasta León y descasar allí unos días («Crreo que en León se kome muy bien»). Mientras esperamos al bus, me explica en cinco minutos el problema del límite del silicio en el desarrollo de procesadores, por qué se hacen ahora de varios núcleos y cómo el siguiente paso es la computación en paralelo. Ah, y que el procesador biológico está a punto de llegar, sin duda. Da clases en la universidad, y visto como me ha explicado la cosa, tiene que ser un gran profesor.

Mientras hablamos van pasando peregrinos e incorporándose al camino. El tuercebotas holandés con su estandarte del camino colgado de la mochila y su sempiterno porrito. Un coreano gordito que camina con las manos entrelazadas sobre la barriga y una beatífica sonrisa de buda (Thorsten le saluda y nos cuenta que empezó en Saint Jean al mismo tiempo que él, y que no habla nada de español, y apenas unas palabras de inglés). Unos cuantos españoles en bicicleta… Ya son casi las ocho y el autobús no llega. ¿Y si nos hemos equivocado de carretera? Ante mi evidente nerviosismo, Lurdes se presenta voluntaria para hacer guardia en la otra, de tal forma que llegue por donde llegue el bus lo tengamos controlado. Apenas pasan dos minutos, y el transporte llega. Puntual. A la parada del viejo chopo. Uf…

El trayecto hasta Burgos es de aproximadamente hora y media. El día está despejado y todavía fresco, y el viaje se hace entretenido porque va dando rodeos y entrando en cada uno de los pequeños pueblos. En unos se sube algún viajero, en otros se baja alguien, en muchos el autobús para y vuelve a arrancar sin que nadie se suba o baje. Después de ver tres o cuatro pueblos («hay que ver qué iglesia tan grande… qué fuente tan bonita… pues este también tiene una iglesia que no veas…»), con este solcito tan rico no tardamos en dar cabezadas.

El plan al llegar a Burgos era buscar la estación de trenes y coger el que salía hacia Bilbao a las 10:20 h. Con un poco de suerte podríamos bajarnos en Orduña o Llodio y llamar a Brita o Kelian para que vinieran a buscarnos. Pero resulta que la estación de Renfe está a cinco kilómetros de la de autobuses. Y que hay un autobús de Ansa que sale hacia Bilbao dentro de 40 minutos. El tiempo justo de tomar un café. Pues nada, en bus hasta Bilbao se ha dicho… Llamamos a Rita y Josu, que nos vienen a buscar y además nos invitan a comer, así sí que da gusto. Y a la tarde a casa. Por fin.

Volviendo ahora la vista atrás, puede que en este blog haya reflejado especialmente los momentos más duros o incómodos. Pero lo cierto es que el balance es bueno, muy bueno. Con tendinitis, con ampollas, madrugones, roncadores, cansancio y sudor, las moscas pegás… pueden más la magia de las caminatas de madrugada, los majestuosos paisajes de vid y cereal, las personas y personajes y las historias que a cada paso te salen al encuentro. Han sido nueve días maravillosos en los que hemos disfrutado de todo ello y en cada momento el uno del otro, de nuestra compañía y de nuestro apoyo mutuo. Nos vamos antes de lo previsto, cansados y heridos. Nos vamos contentos, sin pena ni rabia, con la mochila llena de momentos para recordar. Nos vamos a casa. Pero volveremos 😉

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