Salimos de Belorado mas bien tarde, a eso de las ocho. A solo cinco km., en Tosantos, nos hemos desviado un poco y hemos ido a ver la Virgen de la Peña, una coqueta ermita rupestre excavada en un talud, a unos cincuenta metros sobre el llano. La ermita está cerrada y hay un par de vallas de obra que impiden acercarse demasiado a la barandilla, pero aún asi es un sitio bonito y agradable. Con magia. Echamos un buen rato remoloneando y disfrutando del paisaje.
La primera parte de la etapa, hasta Villafranca, es una sucesión de pueblitos separados por pocos km. que invitan a hacer paradas… Y nosotros nos dejamos invitar, claro. Así que avanzamos despacio.
«Pues no, yo no tengo ampollas». «Creo que todos esos que siguen andando con los pies hechos una llaga están locos, no pasa nada por volverse a casa si tienes un problema». «Hay gente que sigue andando con unas averías que es que se desgracian…» «Si total lo único que pasa es que hay que entrenar un poco antes de hacer el camino».
El peregrino bocazas es un tipo con suerte, y lo pregona a los cuatro vientos en cuanto tiene ocasión. Hasta que la suerte se le acaba. Esta mañana, concretamente. Lo que ayer empezó como una pequeña molestia en el tobillo derecho, ha ido evolucionando hasta convertirse en una verdadera tortura en cada paso. Y al quitarme las botas en un descanso con bocadillo, en Villafranca De Montes de Oca (bonito pueblo y apetitoso bocata, por cierto), se ha revelado como una estupenda tendinitis. Hinchada hasta el tamaño de un huevo de perdiz. Surcada por unas preciosas venitas azules. Toma ya. Por bocazas, ha pensado el santo. Digo yo, vaya.
Pues nada, plan de emergencia, he pensado yo.
Lo primero, consultar en internet qué se hace con una tendinitis de tobillo. A ver… Hidratación, reposo, antiinflamatorios, frío… Lo del reposo, difícil en medio de una etapa, pero lo demás está hecho: siempre llevo unas dosis de ibuprofeno, y el agua y el hielo se pueden pedir en un bar. O comprar, si hace falta.
El hotel albergue de San Antonio Abad es una preciosidad; pedimos un te y hielo. Con el te tomamos el ibuprofeno, y empezamos a aplicar frío en series de diez minutos con intervalos de cinco. En una hora más o menos ya no siento el pie, asi que seguramente es el momento de ponerse en marcha. Unos estiramientos para entonar y hala, al camino.
Después de varios días e trayecto ondulado entre viñas y cereales, la subida entre Robles a lo alto de los Montes de Oca resulta dura, pero muy agradable. Es tarde para los estándares del camino, así que vamos solos. Muy solos, de hecho. En casi diez km. Apenas nos adelanta in grupo de ciclistas. Nos lo tomamos con calma y disfrutamos del bosque. No estamos demasiado cansados, pero la jornada empieza a hacerse larga y hay ganas de llegar.
A eso de las cinco, los primeros campos arados arañan terreno al bosque y por fin la espadaña del monasterio de San Juan de Ortega asoma entre los árboles.
El pueblo, si es que se puede llamar así, consta solo del monasterio, la hospedería, un bar, una casa rural y un par de casas. Después de ver los albergues de Belorado y Santo Domingo, el de San Juan se le antoja a Lurdes viejo y sucio. Ya nos hemos registrado e incluso me he duchado, pero decide que nos vamos a la casa rural. La verdad es que no hay color, es una casita preciosa, nueva y limpia, y sienta bien un poco de intimidad y dormir en sábanas.
Tras la visita obligada a la iglesia (impagable la imaginería de los retablos de San Esteban y de las Ánimas), cenamos en el bar. Compartimos mesa con Trinidad, que regenta un restaurante en Tarrasa, y con Juan, un técnico audiovisual de Barcelona que echa pestes de lo digital y los cambios en el sector del cine, pero porta una Nikon 300.