Mi tío Gino era un auténtico aristócrata. Un aristócrata de los de verdad, quiero decir, un miembro de la nobleza: Gino Almagiá Gairinger, viudo de doña Carmen Pérez del Pulgar y Muguiro, hija del marqués de Salar, grande de España y bla, bla bla… En realidad no era mi tío, sino el tío segundo de mi madre, primo carnal de mi abuelo. Pero en la familia todos le conocíamos como Tito Gino. Todo un personaje…
Un fin de semana, cuando éramos niños, mis padres nos llevaron a mis hermanas y a mi a Madrid, a conocer a Tito Gino y Tita Teresa. Tita Teresa, con quien entonces vivía Tito Gino, era la hermana de Tita Carmen, su mujer, que había muerto en 1955.
Yo debía tener entonces unos siete u ocho años, y el mundo de los adultos –el mundo en general– me parecía todo un poco raro. Así que aquel fin de semana no me pareció más raro de lo normal.
Mi padre tenía un Renault Gordini, una imposible mezcla de coche deportivo y familiar en el que hicimos el viaje. A mi me parecía bien que se llamara Gordini, porque al mirar de frente sus líneas curvas se me hacía como que tenía mofletes. Como si fuera un poco gordito, vaya… pues eso, un gordini. Mis dos hermanas y yo (Carmen aún no había nacido, luego sería probablemente 1968, o tal vez antes) teníamos espacio de sobra para pelearnos en el asiento trasero. No tengo ningún recuerdo especial del viaje, así que supongo que lo pasamos como siempre: durmiendo un poco, peleándonos mucho y jugando a “piedra” el resto del trayecto. El juego consistía en ver quién era el primero en gritar “¡Pîedra!” al ver el mojón que señalaba cada punto kilométrico en las carreteras; muchos años más tarde me encantaba jugar a ese mismo juego con mis hijos… claro que para entonces ya habían sustituido las piedras por carteles. No era lo mismo, pero qué le vamos a hacer.
No se en qué calle vivían mis aristocráticos parientes, pero por lo que recuerdo debía ser en pleno Madrid de los Austrias por lo menos. Supongo que con el tiempo lo he idealizado, pero a mi me pareció que el portal tenía como unos diez metros de alto, molduras de mármol blanco y espejos y cuadros enormes en las paredes. La escalera era enorme, con un precioso y lentísimo ascensor de hierro forjado y brillante latón dorado que subía por el hueco. Y el piso… tenía un pasillo muy, muy largo, los techos altísimos y alfombras colgadas de las paredes, con unos dibujos muy llamativos de ciervos y cazadores. Luego supe que aquellas alfombras que tanto me llamaron la atención eran auténticas obras de arte, producto de la Real Fábrica de Tapices. En el salón, una estancia muy oscura en la que parecía que nunca entraba el aire o la luz, había incluso un dibujo auténtico, o un cuadro, del mismísimo Francisco de Goya. Pero a mi lo que más me impresionó –y a mis hermanas también, lo hemos comentado muchas veces– fue el enorme ventilador negro de pie que había en el comedor, con una brillante hélice negra protegida por una rejilla cromada, que giraba automáticamente a derecha e izquierda, removiendo el aire y refrescando el sofocante ambiente de Madrid en verano. Y por supuesto, Tito Gino.
Un hombre alto, muy alto, delgado y estirado pero amable con los niños. Y muy elegante; mi padre solía contar que cuando Tito Gino recogía un traje del sastre (porque por supuesto siempre se hacía la ropa a medida), lo metía en el armario al menos un año antes de ponérselo. Porque ir a la moda no deja de ser un poco vulgar, decía. Lo verdaderamente elegante es no darle importancia, y por lo tanto ir siempre un poco por detrás. Cuando le escuchaba contar esta historia, no podía evitar pensar en el pobre sastre, esperando a que el traje pasara de moda para poder cobrarlo.
Apenas recuerdo a Tita Teresa. Creo que era una señora más bien bajita y regordeta, muy risueña, bien vestida y adornada con un “sencillo” collar de perlas. Ella era la auténtica aristócrata, marquesa de Salar y Grande de España. Descendiente de un tal Hernán Pérez del Pulgar, un tipo duro que se ganó el marquesado y el sobrenombre de “el de las hazañas” durante el asedio de Granada, a las órdenes de los Reyes Católicos.
Cómo llegó a Madrid Gino Almagia, descendiente de una familia judía de Trieste, y emparentó con la más alta aristocracia española es algo que francamente no lo se. Por lo que he podido averiguar, a finales del siglo XIX y comienzos del XX la comunidad judía de Trieste había conseguido salir del gueto en el que había estado durante siglos, e integrarse por fin en el tejido de la burguesía. Trieste era entonces (y ahora también, supongo; hace años que vengo pensando en hacer un viaje a conocerlo) una ciudad próspera y cosmopolita, el único puerto de mar del imperio austrohúngaro y residencia de verano de la emperatriz Isabel, la famosa Sissí. Me imagino que la familia Almagiá se componía de profesionales liberales, comerciantes e industriales, y desde luego parece que tenían un buen nivel económico y cultural. Al menos el suficiente como para que sus miembros pudieran viajar y extenderse por Europa, como en efecto hicieron, por toda Europa. Pero de ahí a acceder a la nobleza hay un trecho. Tengo que encontrar a alguien que me cuente como fue, seguro que ahí hay una buena historia.
Ese mismo fin de semana (o tal vez fuera más que un fin de semana, ahora que lo pienso… ) fuimos también a ver el Museo del Prado, y luego los jardines de La Granja de San Ildefonso. Aunque era de nacionalidad italiana, mi madre pasó una parte de su infancia en Madrid, y pasó algún verano en La Granja, creo que precisamente en casa de Tito Gino. Recuerdo que nos había dicho que los jardines eran de una belleza impresionante, y a mi sin embargo me parecieron bastante normalitos… aunque ya digo que por entonces para mi, como para cualquier niño, no estaba muy claro lo que era normal o extraordinario.
Algún tiempo después, no tengo muy claro si algunos meses o tal vez uno o dos años, me despertó una noche el timbre del teléfono de bakelita que había junto a la puerta de mi cuarto. No debía de ser muy tarde, pues mis padres aún estaban levantados. Al otro lado de la puerta entreabierta oí cómo mi madre hablaba en italiano con mi abuela, Mamma Brita. Ninguno de los hermanos hablamos italiano, pero desde pequeños tuvimos el oído hecho al idioma de nuestra madre. Así que no tuve problemas para entender el motivo de la llamada: Tito Gino había muerto. A cubierto bajo las sábanas recordé aquel fin de semana. El viaje, los techos altos, el cuadro de Goya, el ventilador… y sin saber muy bien por qué, lloré.
No ha habido que esperar mucho para que alguien me cuente algo más de la historia de Gino. A medio día de hoy he recibido un correo de mi primo Guillermo Almagia. Esta mañana ha visto mi post y se lo ha reenviado a Luis, Luigi, su padre y hermano de mi madre. A Luigi, que es consciente de lo que ha vivido y sufre con cada recuerdo de la familia que se pierde, le ha faltado tiempo para escribir unas líneas y enviarlas.
Cuenta Luigi que Gino llegó a Madrid como director de Covadonga S.A., una compañía de seguros hoy extinguida que era filial de Asicurazzioni Generali, una de las aseguradoras más grandes de Europa, con sede en Trieste.
Gino no era primo de mi abuelo, sino su tío. Era el más joven de los hermanos de Nonno Nello, tanto que se llevaba pocos años con mi abuelo Pino, con quien tenía mucha relación. De hecho, fue Gino quien consiguió a Pino su primer trabajo en España, como perito de riesgos. Y supongo que de alguna manera fue también el responsable de que conociera a Brita, mi abuela. Pero eso es otra historia…
Gino debía ser un auténtico playboy de la época. En palabras de Luigi, era un bon vivant, el rey de la noche madrileña. Siempre impecablemente vestido (ligeramente pasado de moda, por supuesto), con monóculo y botines, dispuesto a animar la noche tocando la pianola si era necesario. Creo que me habría gustado conocerle entonces.
Luego conoció a Carmen Pérez del Pulgar e hizo lo que se puede llamar una buena boda. Un piso que casi era un palacete en la calle General Oráa, en pleno barrio de Salamanca. Una impresionante finca en Villamejor, cerca de Aranjuez, que a Luigi le recuerda la de «Los santos inocentes», la película basada en una novela de Delibes. Un apartamento junto a la playa de Ondarreta, en San Sebastián. Y si, una casa de verano en La Granja de San Ildefonso, en la que a mis abuelos les pilló la guerra en el 36, y de la que salieron por pies con sus hijos rumbo a Italia.
Cuando Carmen murió prematuramente –por cierto, me recuerda Luigi que Tita Carmen era la madrina de bautizo de mi madre. Y si, ahora que lo dice lo recuerdo, es cierto–, Gino, el playboy internacional, el bon vivant, el alma de la noche, se derrumbó. Dejó de ser el perejil de todas las salsas y se volvió serio y taciturno. Y así lo conocí yo.
Muchas gracias, Guillermo y Luigi por refrescarme la memoria y ayudarme a rellenar algunos huecos de esta historia.
Siendo bastante pequeño, con 5 ó seis años, mi madre contaba historias y cuentos referido a la familia «a la sua famillia italiana». El relato iba acompañado de hermosas fotos en sepia, cuyas figuras eran ni más ni menos que Duques, Condes, Duquesas, marquesas y el mismísimo Rey Alberto..o Guillermo, no sé cuanto, pero era la foto del Rey. Mi madre nos decía con convicción devocionaria, casi en un conclucionismo melodramático, que su padre, vale decir mi nono «Attilio», estaba emparentado con la realeza Italiana de la época. No pongo en duda la palabra de mi santa madre, por el contrario, mi hermana y yo quedábamos estaciados imaginando cómo sería pasear en los pasillos y grandes salones de aquellos exquisitos palacios,que si no eran reales, sería casi principesco. Me quedo con el cuento hermoso de mi madre «Marietta», que en las lúbubre noches de invierno, ármaba relatos muy hermosos. Recuerdo uno que contaba mi Nono, aquel preferido de Edmundo de Amicis , en su libro Cuore». Él nos relataba su preferido «Sangre Romañola»…en donde el nieto.. daba la vida para salvar la de su abuelo. Mi abuelo contaba que vivió en el mismo pueblo en donde Amicis escribió su célebre libro de cuentos «Cuore, que al español se intitulaba Corazón.Más tarde, a principios del siglo XX, mi abuelo, por ciertos desacuerods con familia, fue desheredado de su fortuna y emigró a Sudamérica, precisamente a Buenos Aires. Más tarde cruzaría la Cordillera de los Andes para radicarse en el puerto de Talcahuano (en el mismísimo Buenos Aires, existe la famosa calle Talcahuano, es cosa de ir a verla, hay una cantidad enorme de tiendas con instrumentos musicales), al fin y al cabo, soy músico. se casó dos o tres veces, primero con una dama, luego con su hermana (mi abuela) y más tarde con una señora de descendencia portugueza, apellidada Pereira, Lucinda Pereira. Tuvo varios hijos, siendo la primogénita, lógicamente mi mamma «Marietta». La historia sigue y continua. El año 1960, muere mi Abuelo, el año 2005, muere mi querida y amada Mamma y el resto de sus hermanos la siguen. Sobreviven primos y primas, por todas partes del mundo, el resto sigue siendo una hermosa historia de familia.
SIEMPRE ES BUENO RECORDAR LA HISTORIA Y LOS ORIGENES