Tendría yo unos dieciséis años, más o menos. Mis padres hicieron un viaje a Londres con unos amigos. De compras, supongo; corrían finales de los 70, y aquello era lo más. Recuerdo a mi madre, que siempre había sido muy yeyé (por algún sitio tengo una foto suya montada en vespa, con gafas negras y pantalón pitillo), describiéndonos a su vuelta los escaparates de Carnaby Street con los ojos brillantes. Y a mi padre, ejerciendo de joven y moderno industrial vasco, con su gabardina Burberrrys y su txapela de ala ancha.
Junto con algunas chucherías y un par de recuerdos, de su maleta salió también disco. «Hare Krishna Mantra», ponía en la portada, sobre una ilustración de aire hindú y colores chillones. Un niño de piel azul tocado con una corona de oro y rodeado de unos extraños seres que parecían adorarle. Se lo habían comprado a unos individuos muy pintorescos, con sus cabezas rapadas y sus túnicas color azafrán. Estaban cantando en el metro. «Creo que son de una secta», dijo mi padre. «Ay, si, pero eran tan graciosos…», dijo mi madre.
Por aquel entonces yo acababa de descubrir a los Beatles en una cinta cassete que mi hermana mayor trajo a casa, y estaba más que fascinado con su música y sus aventuras. En la contraportada del disco, en los créditos, figuraba la leyenda «Produced by George Harrison«. Puse inmediatamente el disco en el pick-up. Y allí se quedó sonando ininterrumpidamente durante casi dos semanas, repitiendo los monótonos mantras una y otra vez. «Hare Krishna, Krishna Hare, Hare Hare, Krishna Krishna…» Si tenía algo que ver con los Beatles, tenía que ser bueno. Sólo había que oírlo un par de veces más.
No se por qué me acorde de esto ayer, mientras me deslomaba apilando leña recién cortada para pasar el invierno. Estuve tarareando el soniquete con una sonrisa durante un rato, y luego ya no me lo podía quitar de la cabeza. Bueno, no todo lo que trajeron de aquel viaje fue tan malo. Recuerdo por ejemplo que trajeron unas tabletas de chocolate Cadbury que compraron en el aeropuerto…
🙂