A Gloria nunca le había interesado la política. O mejor dicho, nunca había tenido tiempo para interesarse por ella. Bastante tenía con sacar adelante a su familia. Por eso se desconcertó un instante al ver varias papeletas que lucían la hoz y el martillo, cada una con unas siglas diferentes, en la garita habilitada para el voto secreto en el colegio electoral del Ayuntamiento. Sacudió la cabeza, emitió un suave bufido y cogió la de PCE, la metió en el sobre y se dirigió a la mesa electoral. Eran las diez y media de la mañana del 15 de junio de 1977. Las primeras elecciones democráticas tras cuarenta años de dictadura.
Más tarde, al llegar a casa tras acudir a misa, su hija le preguntó dónde había estado.
–He ido a votar. Al Partido Comunista.–contestó.
-¿A votar tú? ¿¿Y al Partido Comunista???
Gloria compuso su mejor sonrisa de misterio y, con un brillo de ternura en los ojos, dijo:
-Se lo debía, hija mía. Se lo debía a alguien muy importante.